Sobre comisiones, cartas y otros enredos
Hay prácticas tan comunes, que por comunes hemos creído que son buenas.
Comisiones, facturas justificadoras, cheques endosados, un correíto, una carta inocente, un almuercito o un café, una llamada indiscreta, una copia, citas en moteles, un "ride" en el carro de otro o un pequeño regalito. El fin no justifica los medios, no.
Hay acciones que por frecuentes y reiterativas aceptamos como correctas.
Hay tanto deseo de agradar a todos con todo que nos olvidamos de los blancos y los negros para vivir en los grises. De ser nosotros mismos y vivir por principios y no por apariencias.
El relativismo ha llegado a tal grado que para no vernos conservadores o liberales nos mantenemos al margen de todo y nos acomodamos según la sombra que ofrezcan.
No tomamos ninguna posición, no somos legibles para siempre estar "in". Eso nos hace vulnerables a nuestras propias emociones y pasiones y fácilmente nos dejamos llevar por esa naturaleza sin freno que siempre se orientará a la avaricia o al deseo de poder y al reconocimiento, y la necesidad de aceptación. Pasiones que muy amenuno nos hacen endosarle el alma al diablo y quién sabe a quién más.
Lejos estoy de ofrecer un discurso puritano, solo quiero expresar una convicción: la paz, la suya, la mía, la de nuestras familias solo tiene un precio: Integridad.
La integridad no es un discurso. Muchos han usado su bandera para hacer política. Tampoco es una camisa de fuerza religiosa y descolorida.
La integridad es una opción, un estilo de vida que se decide y se construye día a día, en ocasiones con tropiezos pero que deja un rastro y habla por si misma en una vida. No necesita verborrea, simplemente puede ser observada.
La integridad engendra libertad, dignidad, paz y respeto.
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